Ciudad Bolívar lo vio nacer un 20 de julio de 1911. Desde temprana edad, Héctor Guillermo Villalobos mostró una sensibilidad que lo acompañaría durante toda su vida, dividida entre la pasión por la poesía, el compromiso con la educación y una trayectoria política honesta y comprometida.

Su legado permanece como uno de los más sinceros retratos del intelectual venezolano del siglo XX: cercano al pueblo, defensor de la cultura y testigo activo de las transformaciones del país.
Una vida entre la poesía, la educación y el compromiso político
Sus primeros pasos en el mundo de las letras comenzaron en su ciudad natal, donde fundó el periódico El Luchador y fue redactor de la revista literaria Oriflama. En 1928, obtuvo su título de bachiller en el Colegio Federal de Varones, y pocos años después se trasladó a Caracas para estudiar Derecho en la Universidad Central de Venezuela, carrera que culminó en 1940.
Sin embargo, fue la educación la que se convirtió en su primera vocación. Egresado en 1936 como profesor de castellano, literatura y latín del Instituto Pedagógico Nacional, Villalobos ejerció como docente en el Liceo Fermín Toro y en varias instituciones de Caracas. Su papel como educador fue coherente con su forma de ver el país: creyó en la formación como pilar de transformación social y ejerció la enseñanza con una ética incuestionable.
Desde su juventud también se vinculó con la actividad pública. Fue diputado por el estado Bolívar (1937–1940), director del Liceo Fermín Toro (1941), gobernador del estado Bolívar (1945–1946), director de Educación Secundaria, Superior y Especial (1948–1950), y agregado de Inmigración en la embajada de Venezuela en Madrid (1950–1955). En todos estos cargos demostró una vocación de servicio marcada por la honestidad, la sensibilidad social y el respeto por la cultura.

Una obra lírica sencilla y profunda, fiel al alma del país
Como poeta, Villalobos cultivó una voz profundamente nativista, regionalista y cercana al sentir de los humildes. Su primer poemario, Afluencia (1937), recibió elogios de críticos como Otto D’ Sola, quien lo incluyó en su antología de poesía venezolana moderna. Luego vinieron Jagüey (1943), ganador del premio de poesía del Ateneo de Guayana; Tú eres la madre de la tierra (1943); En soledad y en vela (1954); y finalmente Barbechos y neblinas (1973).
Su lírica se caracteriza por el uso de formas tradicionales como el romance y la copla, pero renovadas por una sensibilidad profunda. Su lenguaje es claro, pero lleno de imágenes que reflejan la complejidad emocional del venezolano común. En palabras de la crítica Elena Vera, su poema Elogio del agua, incluido en En soledad y en vela, es un ejemplo de esta dualidad: “el agua ya no fluye, es un agua detenida, pero que, sin embargo, puede ser dadora de vida”.
Poco a poco fue alejándose del escenario público, pero nunca dejó de escribir. Su última publicación, en 1973, confirma una vida enraizada en la palabra, que nunca cedió a las modas ni a las banalidades del momento. Villalobos fue fiel a su país, a sus raíces y a su voz.
Falleció en Caracas el 23 de mayo de 1986. Su obra y su ejemplo siguen siendo referencia para quienes creen en la cultura como acto de amor y resistencia. Educador por vocación, poeta por necesidad del alma y servidor público por ética, Héctor Guillermo Villalobos representa lo mejor de una generación de venezolanos que soñó y trabajó por un país más justo, más culto y más humano.
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