
En lo profundo del verde caraqueño, donde hoy apenas resisten unas estructuras corroídas por el tiempo y el descuido, alguna vez se encendió una de las luces más revolucionarias de América Latina. Fue allí, en las márgenes del río Guaire, donde en 1897 se inauguró la Estación Hidroeléctrica El Encantado, el corazón de un proyecto que convirtió a Caracas en una ciudad pionera: la primera de Latinoamérica con suministro eléctrico continuo generado a distancia, y una de las primeras del mundo en hacerlo.
Aquel hito, que a veces se pierde en las páginas más técnicas de nuestra historia, no solo fue un avance tecnológico. Fue una apuesta valiente por el progreso, una muestra de visión futurista y una reafirmación de que Venezuela también podía marcar la pauta cuando se trataba de modernidad. Detrás del relámpago que encendió la noche caraqueña por primera vez, había voluntad, innovación y el nombre de un hombre clave.
Ricardo Zuloaga y el sueño de una Caracas iluminada
Para finales del siglo XIX, muchas ciudades del continente aún dependían del gas o del queroseno para su alumbrado público. Las noches eran opacas, interrumpidas apenas por faroles y lámparas. En ese contexto, Ricardo Zuloaga, un joven empresario de mente brillante, fundó La Electricidad de Caracas con el ambicioso objetivo de dotar a la capital venezolana de luz eléctrica de forma regular y eficiente.
La ubicación elegida fue estratégica: el sector El Encantado, al sureste del valle caraqueño, donde el Guaire aún corría con fuerza antes de adentrarse en la ciudad. Allí se instaló una pequeña pero poderosa planta hidroeléctrica, capaz de aprovechar la energía del agua para generar electricidad y trasladarla varios kilómetros hasta el centro de Caracas. La proeza técnica no era menor: implicaba instalar líneas de transmisión, transformar infraestructuras urbanas y romper con un esquema de consumo completamente distinto.

Gracias a esta estación, Caracas dejó atrás el modelo del alumbrado a gas y queroseno, dando paso a una ciudad que comenzaba a vivir la noche con nuevos ojos. Calles, plazas y avenidas se llenaron de luminarias modernas; los hogares, poco a poco, empezaron a electrificarse; y con ello, el ritmo de vida urbana se transformó para siempre.
Una historia de progreso y de abandono
El Encantado funcionó hasta 1911, cuando fue reemplazada por un generador de mayor capacidad, más acorde con las nuevas exigencias de la creciente capital. Sin embargo, su rol como pionera ya estaba sellado. Durante catorce años, esta estación fue símbolo de un país que comenzaba a comprender la importancia de la energía para el desarrollo, que se atrevía a innovar, a invertir y a transformar su infraestructura urbana.
Lamentablemente, como ha ocurrido con tantos patrimonios tecnológicos en Venezuela, los restos de la planta fueron quedando en el olvido, expuestos al deterioro ambiental, al vandalismo y a la indiferencia institucional. Hoy en día, sus ruinas todavía pueden visitarse en el municipio El Hatillo, donde se han convertido en destino de excursiones y fotografías nostálgicas, pero también en un recordatorio de lo mucho que aún debemos aprender a cuidar y valorar nuestros hitos históricos.
El lugar conserva parte de sus muros, estructuras de piedra y vestigios de lo que alguna vez fue el sistema de canalización del agua. Quienes la visitan, a menudo se sorprenden al saber que ese espacio semioculto entre vegetación y desidia fue el origen de la Caracas moderna, eléctrica y nocturna.
Un legado que aún puede iluminar
La historia de El Encantado es más que un dato curioso: es un símbolo de lo que podemos lograr cuando la innovación y la visión de futuro se colocan al servicio del país. En un contexto donde hablar de energía en Venezuela suele evocar crisis y apagones, recordar el legado de esta estación hidroeléctrica nos conecta con un tiempo en que pensar en grande no era utopía, sino necesidad.
Zuloaga y su equipo no sólo creyeron en la electricidad como tecnología, sino también como herramienta para mejorar la vida de las personas. Su impulso empresarial fue, ante todo, un impulso social. Y su obra, aunque hoy se encuentra parcialmente en ruinas, sigue representando una página luminosa en la historia del país.
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