Pensamiento, palabra y legado de Tomás Polanco Alcántara

Nacido en Caracas un 17 de agosto de 1927, Tomás Polanco Alcántara fue un hombre profundamente comprometido con las ideas, las instituciones y el país. Su vida transcurrió entre el ejercicio del pensamiento crítico, la creación literaria y la reflexión jurídica y política, dejando huella como uno de los intelectuales venezolanos más sólidos y constantes del siglo XX.
Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Central de Venezuela, donde también fue profesor titular, formó parte de una generación marcada por la búsqueda de sentido republicano en medio de las transformaciones del país. Polanco Alcántara no fue un académico de gabinete. Si bien su formación y su labor docente fueron pilares fundamentales de su trayectoria, su verdadera fuerza estaba en el modo en que articulaba el pensamiento con la acción, la reflexión con el compromiso.
Como jurista, abogado y político, supo mantenerse fiel a una línea ética que definió toda su vida: la claridad en los principios, el rechazo al oportunismo y la defensa del pensamiento como herramienta de transformación cívica.
Escritor de biografías, pensador de la historia

Uno de los mayores aportes de Tomás Polanco Alcántara fue su labor como escritor de biografías históricas. Su aproximación a figuras clave como Simón Bolívar, José Antonio Páez y Antonio Guzmán Blanco no fue solo la de un narrador o historiador, sino la de un analista de la idea de poder en Venezuela. Sus libros no se limitaban a contar vidas, sino que intentaban comprender cómo se construyen los liderazgos, cuáles son los dilemas morales del mando y cómo se moldea la historia desde las decisiones humanas.
Obras como José Antonio Páez, fundador de la República o Guzmán Blanco: Una tragedia en seis partes y un epílogo son textos de referencia para quien quiera asomarse al pasado venezolano sin caer en simplificaciones. En ellas, Polanco Alcántara aborda las luces y sombras de los personajes que marcaron nuestra historia, siempre desde una mirada analítica, lúcida y profundamente documentada.
Esa vocación biográfica tenía también un objetivo pedagógico: formar ciudadanos críticos que pudieran dialogar con su historia sin mitificarla ni repudiarla. Su escritura era elegante pero rigurosa, cercana pero sin concesiones, comprometida con la búsqueda de una verdad que no puede ser absoluta, pero sí debe ser honesta.
Maestro de generaciones y voz de las instituciones
La docencia fue otro de los espacios donde dejó una huella imborrable. Desde las aulas de la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Católica Andrés Bello, Polanco Alcántara contribuyó a formar abogados, politólogos y ciudadanos con conciencia crítica. Su manera de enseñar no era desde el dogma, sino desde la interrogación constante. Más que ofrecer respuestas cerradas, proponía caminos para el pensamiento y el discernimiento ético.
Su rol institucional también lo llevó a formar parte de la Academia Venezolana de la Lengua, espacio en el que su amor por la palabra y su convicción humanista se hicieron aún más visibles. Fue miembro activo, defensor del uso preciso del idioma y un interlocutor respetado dentro del ámbito académico y cultural.
Además de su participación en entornos universitarios y académicos, Polanco Alcántara fue una figura consultada y respetada en el ámbito político, incluso desde posturas críticas. No se dejó seducir por los vaivenes del poder y supo conservar una voz independiente, que muchas veces fue incómoda para quienes ocupaban cargos públicos. Esa coherencia lo convirtió en un referente moral e intelectual, en tiempos en los que la palabra ética empezaba a diluirse en el debate público.
Un legado de integridad para el país que soñó
Tomás Polanco Alcántara falleció el 20 de diciembre de 2002. Su partida física marcó el cierre de una etapa en la historia del pensamiento venezolano, pero su legado permanece vivo en sus libros, en sus discípulos y en cada espacio donde aún se valora la reflexión seria y el compromiso con lo público.
En tiempos donde la polarización política y la superficialidad mediática han minado la posibilidad del debate profundo, la figura de Polanco Alcántara resurge como un faro. Su vida demuestra que es posible pensar a Venezuela sin renunciar a la crítica, pero también sin perder la esperanza. Que se puede hacer política desde la ética y escribir historia desde el respeto por la verdad.
Recordar a Tomás Polanco Alcántara es, en cierto modo, un acto de resistencia cultural. Es volver a creer en la fuerza de las ideas bien pensadas, en el poder transformador de la educación y en la necesidad de biografiar también a quienes construyen país desde la coherencia y la lucidez. Su nombre sigue presente entre quienes apuestan por una Venezuela pensante, justa y profundamente humana.
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